' Absorto - Verónica

Verónica

El sueño termina con el sonido de una campana sintética y le sigue un silencio turbio de motores eléctricos. Cada segundo que pasa deja su cuota millonaria de transacciones informáticas. Instantáneas, en su devenir bullicioso, cambiando de estado, cambiando, siguiendo su proceso, viajando. Disipan energía generando estructuras y calor. Diez mil ventiladores llenan la atmósfera del laboratorio con un zumbido apagado.

La campana tañe tres veces, silencio, otras tres veces un intervalo más arriba, vibra el reloj en mi mano. Las imágenes del sueño todavía inundan mi mente. Hace un momento mis dedos hoyaban la tierra, buscaba semillas en una bolsa de plástico, sembraba tres o cuatro. Cubría con el pie, avanzaba un paso. Suelo fértil. Vivíamos como astronautas, una comunidad agro-científica. En mi mente repasaba los versos de un mantra que ahora no consigo recordar, creo que estaba en otro idioma. Todavía me entusiasma el programa vespertino de un auditorio que sólo existe en ese sueño que empieza a abandonarme. Dos conciertos, obras más bien breves, luego té en la terraza.

Otra vez vibra el teléfono en mi mano, lo detengo antes de que timbre. Aún no me repongo.

Dormía con la cabeza apoyada en la mesa de trabajo. FlagShip sigue compilando, casi ha terminado con las dependencias, etapa inicial. Me estiro, miro en torno. La sala de SS7 está delimitada con paredes de vidrio. Afuera una cuadrícula de pasillos conecta las otras ocho salas, hacia cada rumbo se pierden, en la distancia, las líneas de la red que convergen a este nodo. Largas extensiones llenas de computadoras de piso a techo. Ductos y cables. Junturas de colores, uniones de todas formas, cruces, puentes, entronques, confluencias, conjunciones y divisiones de todos tipos. Repaso mentalmente los diagramas del sistema, bloques con nombres apropiados para dioses de una mitología cibernética: Interruptor, Multiplexor, Ruteador, Antena, El Servidor de Nombres. Cada pieza de esta máquina gigantesca fue pensada minuciosamente por mentes agudísimas que, sin embargo, casi no se plantean el problema espiritual que son las máquinas.

Estamos aquí tras la bonanza material. Desplazamos el control del segundo hombre más rico del mundo sobre los dominios del hombre más rico del mundo. ¿Me traerá algo de redención usar exclusivamente software libre?

La suma es cuantiosa, ha convocado a competidores de tierras lejanas. Enfrento a los mismos demonios barbudos y blancos que enfrentaron mis antepasados en la vieja lucha por la existencia. Vinieron de allende el mar y el Cacique Gordo de Cuautla ha negociado un trato para ellos con el Amo del Territorio, que está contento de tener en su poder a los Hijos de Eric. Así aliados buscamos repeler a los asiáticos y a los gringos: there can be only one.

Trabajamos en un ritmo frenético por lapsos de tres horas y hacemos pausas para descansar dos. Llevamos así las últimas cuarenta y tantas. Hemos conjurado la mayor parte del diseño, lo hemos visto materializarse desde el éter, ha sido una progresión tortuosa desde los diagramas burdos en el pizarrón-impresora del Gangster que tenemos por aliado, hasta los detalles del código fuente que comandan las unidades de procesamiento. Sé que en los días venideros estaremos persiguiendo errores inducidos por la privación de sueño y la premura, saltarán de vez en cuándo, inesperadamente, como conejos. Las decisiones que tomamos ahora nos parecerán entonces tan acertadas, cada vuelta mental habrá destilado formas más simples, cada iteración dejará su marca de parsimonia. Pero van a sorprendernos, serán largas corretizas y acechos.

Me cansa lo trillado de esta supuesta mística hacker: la devoción por la cafeina, la fascinación por las máquinas, la glorificación del intelecto, la superposición desproporcionada del mundo de las ideas al mundo físico. Pero maldigo contínuamente al Demiurgo, culpable de enturbiar las emanaciones divinas, de crear la materia física. Burda materia que se degrada y se corrompe. Aún si es de jade se quiebra, aún si es de plumas de quetzal se desgarra. Mis programas más gráciles y elegantes dependen de fierros y silicón, partes móviles que necesitan lubricante, filtros de aire que discriminen los detritos y los mantengan a raya. Es incesante esta pugna contra el caos; no vamos ganarla; nunca para siempre en la tierra.

¿Qué día es hoy? No hay ventanas en este edificio. Bien podría estar en el corazón de la Estrella de la Muerte. Este proyecto. Es tan violento que ni siquiera es necesario guardar la compostura. Una tarde, volviendo de comer, encontramos al equipo entero de Huawei, debajo de su mesa de trabajo, durmiendo. El jet lag, más sus costumbres orientales, supongo. La idea resonó poderosamente en la noosfera: dormir.

La máquina me deja, atracaré en un puerto mejor. Compila, compila con calma el set de pruebas. Después reiniciará el sistema. Automaticé la operación de llevarlo a un estado conocido -el inicio- y de ahí reconstruir cada módulo, tendré paz por tiempo suficiente para recapitular.

Me veo entonces agricultor poeta, inventando versos para un son mientras dirijo una yunta a través de campos arables. Qué maravilla, qué misterio: transporto agua, junto leña. Medio día, sol imposible, es como otra media noche: bajo la sombra de unos árboles, expandiendo la frontera de la ciencia. Por las tardes aprendiendo a tocar la jarana, con una sonrisa en el rostro, recargado en la casa que construí, sentado en una caja de madera.

Mi mente se pierde en esa visión del futuro agropunk hasta que se desvanece con el primer sorbo de café.

2010-02-23

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