' Absorto - En la frontera de Kosala

En la frontera de Kosala

Aquel árbol delimitaba el Reino del Bosque Lejano y el territorio de Guha el Rey Cazador. Rama y Sita, Lakshmana y Sumantra se bañaron en el bello Ganges, donde el agua lava los pecados del corazón del hombre al tiempo que el polvo de su piel.

Luego mientras estaban con ropas mojadas bajo los árboles del Bosque Secreto, escucharon silbidos desde la espesura y miraron hacia allá. No había nada mas al volver la vista ahí estaba Guha que venía a darles la bienvenida.

Guha era un hombre delgado de piel oscura y estatura corta, con ojos cafés y suaves, su barba tenía poco pelo y su sonrisa era pura y blanca. Su piel iba pintada y tatuada con líneas rojas y azules y vestía únicamente una saya de piel de oso. Llevaba un collar de dientes de tigre y un cinturón de cascos de venado atados a una correa, tobilleras con cascabeles de zarpas y pedazos de marfil y madera negra atados juntos, aretes de hueso, brazaletes de pasto tejido, semillas brillantes y cuentas de piedra tallada. Había plumas amarillas y rojas y verdes y blancas y negras en su cabellera crespa. Colgaba de su cinturón una sonaja mágica de anillos de hueso y conchas, un cuerno de miel, una trampa para pájaros hecha de viñas y un gastado estuche de bambú que contenía pequeños dardos envenenados. Era amigo de Rama.

Guha corrió hacia Rama y se estrecharon en un abrazo de oso, el Rey Salvaje dió palmadas amistosas en la espalda de Rama riendo como un niño.

"¡Ay Rama, Rama! ¡Ahora eres un proscrito como yo!"

"¡Tú! ¡Te ves más extravagante de lo que te recordaba!", rió Rama. Guha dió un silbido y de entre los árboles salieron cazadores con bandejas llenas de comida caliente.

"¡Comed!" gritó Guha. Se arrojó sobre Lakshmana y golpeó a Sumantra. Sonrió a Sita y extendió una manta para ella y sus hombres asentaron los alimentos y bebidas. "Princesa", dijo, "conozco bien a vuesta madre y he conocido a Rama desde que era un niño".

"Cuánto me alegro de encontrar un amigo al fin", dijo Sita. Sonrió. "¡Lo encontramos aquí!".

"Esa sonrisa es toda mi paga", dijo Guha. "Reina, tome alimentos. Dígame qué puedo darle. Escuchad- los demonios me temen, los hombres me temen, mis amigos cercanos no se atreven a acercarse cuando me enfado, y aquí en mi propia tierra, en mi propio bosque puedo derrotar a cualquier ejército".

Sita dijo, "¡Oh Guha, la hemos pasado tan mal!".

"¡Comed! ¡Comed! El día va terminando. En Ayodhya los hombres enloquecen con tantas leyes y reglas. ¡Yo soy libre! Soy un hombre de acción, escuché lo que pasó y no me importa".

"¿Cómo es que conoceis a Rama?"

"Una cacería me llevó una vez a Ayodhya, y ahí conocí a Rama y Lakshmana, y aunque eran niños citadinos me gustó su amistad. Mientras crecían volví a encontrarlos muchas veces entre los árboles afuera de la ciudad. Les enseñé a cazar y las tradiciones del bosque. Lakshmana aprendió bien". Guha sonrió. "Pero a Rama nunca pude enseñarle a cazar".

Entonces los oscuros y silenciosos hombres de la espesura hicieron una hoguera bajo el gran árbol de nueces. Se sentaron todos en derredor y comieron usando hojas de plátano como platos y bebieron de sus cuernos. Había carne y pescado y pan de azucar, pequeñas frutas salvajes y huevos, había vinos fuertes hechos con flores. Rama había ayunado una noche esperando felicidad; había ayunado una segunda noche al recordar un día triste. Esta vez comió sin pensar en nada; respiró el aire limpio y el fuego iluminó su rostro con una luz dorada.

Cuando terminaron Guha puso un collar de conchas rosas sobre la cabeza de Sita. "Te adopto en mi pueblo", dijo. "Eres de mi familia, pues tu corazón es libre".

Sita recargó su cabeza en el hombro de Rama. Uno de los hombres de Guha dijo algo silbando en el lenguaje de los pájaros, y Rama la cargó hasta la cama que le habían preparado. Sumantra se relajó y se tendió sobre su espalda mirando las estrellas a través del follaje, luego se quedó dormido y los hombres de Guha lo cubrieron con mantas delgadas.

Guha encendió un cigarro gordo hecho con sándalo y nuez moscada, enrollado en largas hojas y aglutinado con mantequilla de cabra. Se recargó contra el árbol y sopló bocanadas de humo mirando a Lakshmana. Dijo, "Con arcos en las manos vigilaremos sobre ellos a través de la oscura noche junto al Ganges. Hijo mío, hemos preparado una cama suave para tí también, recuéstate y descansa. Estoy acostumbrado a estar despierto a toda hora, pero tú mereces confort."

Lakshmana cerró los ojos y mordió una manzana. "Rey de la Espesura, con Rama durmiendo sobre el piso y en nuestro presente desventura ¿de qué serviría mi comodidad?" Suspiró. "Recuerdo cuando venías cerca de Ayodhya en los días felices..."

"Entonces te reto a beber", dijo Guha.

Lakshmana arrojó su túnica sobre su hombro y dijo, "Acepto". Eligió dos cuernos y probó que tuvieran el mismo tamaño, luego los llenó con vino.

Guha alineo cinco jarras de vino y tomó un cuerno. Sus hombres dejaron más leña para el fuego y se disolvieron entre las sombras de la noche. "Príncipe, no te preocupes por el futuro", dijo Guha, "ni trates de adivinar tu fortuna, pues es ya bastante dificil saber lo que uno hace en el momento presente. Te contaré una historia".

* * *

Escucha, Lakshmana—

Un entrometido no puede dormir en paz si sabe de un hombre libre; no puede tolerar a alguien que disfrute de vivir solo, a su manera. ¿Alguna vez te preguntaste cómo es que entré a Ayodhya, esa única vez que estuve dentro de una ciudad?

El sacerdote de tu padre, Vasishtha, decidió reformarme y a mi gente. Envió algunos brahmanes a mi bosque, y junto al Ganges instalaron una estatua de piedra de Shiva, bajo las ramas de este mismo árbol de nuez, hace veinte años.

Hay hombres que hablan mucho y actúan poco, puras palabras y nada de sabiduría, y piensan que aquello que ignoran no existe. Esos piadosos brahmanes vivían en lujosas tiendas cerca de aquí. Mañana y noche traían flores y ofrecían alimento a ese Shiva de piedra, y lo adoraban. Los conocí y les dí una buena bienvenida, les obsequié pajaritos de oro y serpientes de nueve cabezas hechas con plomo. Pero les dije - Adoro sólo a Dios, y Dios es un árbol. Y cada noche cuando regresaba de cazar iba y le daba a esa estatua una buena patada.

Luego vinieron las lluvias. El piso del bosque era un oceano de lodo, y el Ganges se elevó inundando todo y forzó a esos brahmanes a alejarse en busca de terrenos más elevados. Dejaban a Shiva solo y medio sumergido por días enteros. Pero cada noche, aunque tuviera que vadear entre troncos caidos, aunque estuviera exhausto, aunque estuviera hambriento o enfermo, cada noche iba felizmente hasta ese estúpido bloque de piedra y lo pateaba.

Poco después de las lluvias, una noche cuando regresaba a casa muy tarde llegué aquí a la hora que los animales abrevaban. Me encontré con una manada de lobos famélicos. Las lluvias los habían hambreado. No tenía flechas. No tenía fuego para ahuyentarlos. No me dejaron llegar a la estatua, aunque pude haber huido de ellos e ido a casa, me trepé a este viejo árbol. Encaramado en una rama pensé, "de una u otra manera debo patear esa roca antes de que termine la noche".

Así que esperé en el árbol sobre Shiva. No había comido en todo el día, así que probé las nueces verdes del árbol, pero eran tan amargas que no pude tragar ni una mordida y la escupí. Eso me molestó un poco y los lobos en torno a la estatua de Shiva me soltaban dentelladas con sus blancos dientes tratando en vano de alcanzarme, pero yo esperaba mi ocasión de patear a Shiva.

No tenía comida, no había dónde dormir, la noche se hizo fría y cayó rocío. Los lobos no se iban, y yo temblaba bajo la luz de la luna, tan intensamente que del árbol se desprendían gotas de rocío, hojas y nueces y caían sobre la estatua. Finalmente al amanecer los lobos huyeron cuando vinieron mis hombres rastreándome, pero la noche había pasado. Había dejado de saludar a Shiva como se merecía, y estaba tan apasionadamente enfadado que perseguí a los brahmanes hasta Ayodhya, donde se escondieron tras las faldas de Vasishta.

Ahí conocí a Dasaratha. Le dije, "¡sólo adoraré a los sagrados árboles!" Estrechó mi mano y me hizo rey. Ya era dueño de todo este bosque, pero hasta ese día era sólo un hombre común.

Al volver, Lakshmana, la imagen de Shiva se había ido y me olvidé de ella. Seguí cazando y comiendo y bebiendo hasta que una tarde enfermé. Un pequeño pájaro verde se sentó junto a mi, sin miedo, y morí en mi choza tras un breve ataque de fiebre fatal.

Vinieron por mi los mensajeros de Yama, cuatro rufianes con bravos perros encadenados. Con desprecio arrancaron mi alma de mi cuerpo muerto, me amarraron con una soga y arrancaron hacia el sur, hacia el mundo de Yama, todo en un instante. Ya podía imaginar mi recepción. Como alma no era más grande que un pulgar, pero aún así me resistí violentamente. Pero esa soga mortal no se aflojaría ni en sueños.

Luego, en un recodo del camino, un enano de aspecto malvado obstruía el paso. Fijó sus ojos redondos en los tunantes de Yama. Bufó y dijo, "¡desaten esa soga! Denme el alma de Guha, no debe morir aún."

Los espíritus mortuorios se rieron. "¡Ya está muerto! A un lado, nos vamos".

"No me muevo. Soy Nandin el pacífico guardián de la espesura. Por órdenes de Shiva libérenlo."

"¡Esta es su muerte, miserable enano!"

"Mienten," dijo Nandin. "No son más que ladrones, no es hora de que él muera."

"¿Cómo nos llamaste?"

"Sed benevolentes con los pequeños y débiles", dijo Nandin. "Les ruego que lo dejen ir-"

No aguantaron más. Los guaridas de Yama soltaron a los perros y avanzaron contra Nandin. Vi a ese hosco animalejo dispersar a los perros y dar al primer guardián un golpe estupendo que le hundió la cabeza. Hubo una gran conmoción pero caí de cara sobre una pila de hojas secas y no pude ver más.

"Atormentando pobres animales indefensos, ¿eh?" Oí huesos romperse, perros gemir y pies corriendo, oí cadenas rompiéndose. Entonces Nandin levantó suavemente el cabo de soga y me llevó volando a los altos Himalayas.

Ahí aterrizó y regresó a su forma original, un elegante toro blanco. Serenamente me llevó aún atado, colgando de su boca suave y húmeda. Entramos a una endeble choza. El aliento de Nandin olía a pasto fresco bajo el sol. Nandin se detuvo y vi a Shiva sentado grande y hermoso, sus dos ojos como miel mirando en mi alma, su tercer ojo cerrado en su frente, su cabello desaliñado y salvaje, vistiendo una vieja y gastada piel de venado y andrajos, mirando y mirándome, con Parvati la hija de la montaña sentada en sus piernas.

Entonces Nandin el toro y Shiva voltearon ambos hacia la puerta. En un momento entró un silencioso hombre verde vestido con una túnica roja y se detuvo mirando en esta y aquella dirección y nos miró fijamente con sus ojos oscuros.

Yama unió sus manos con los dedos tocándose y dijo al gran Señor Shiva, "En la vieja bitácora de mi escriba consta que este tal Guha es un asesino acusado de crímenes. Ha pecado; su vida se ha acortado; se terminó su tiempo; llegó al fin de sus días. ¿Por qué me has quitado su alma, dejando un lugar vacío en el Infierno?

El viento empezó a soplar a través del largo cabello negro de Yama. Shiva dijo, "Señor de la Muerte, Guha fue la única persona fiel al saludarme cuando vine a su bosque. Antes de que muriera una vez ayunó y mantuvo vigilia por mi en un árbol toda la noche, me ofreció comida que él mismo necesitaba, me bañó con agua, y me dio ornamentos de hojas. Fue tal su furia hacia esos hombres que fingían amarme que amenazó sus vidas y los echó. Por lo tanto, oh Yama, te extralimito, su alma es mía y no tuya.

***

"Yama sonrió y nos dejó sin decir más.", siguió Guha. "Nandin devolvió mi alma a mi cuerpo y regresé a la vida. Así que si aún la Corte de la Muerte no puede discernir el bien del mal, seguramente será muy dificil para nosotros juzgar las cosas."

Lakshmana respondió, "Pero ciertamente nuestro padre hizo mal."

"¿Quién lo dice? Este exilio matará a tu padre; simplemente es su tiempo de morir."

"Es culpa de esas promesas."

"No," dijo Guha, "esos deseos no son más que los instrumentos ciegos del Destino. El rey Dasaratha no era un hombre tan insensato. Una vez, en mi presencia, Kaikeyi le pidió uno de esos deseos."

"¿Qué dijo? ¿qué hizo?"

"Eso fue hace muchos años, antes de que nacieras", dijo Guha. "El Rey de Ayodhya vino de cacería, y Kaikeyi venía con él, se detuvieron para pedirme permiso de usar mi bosque."

***

Escucha, Príncipe—

Le di libertad en mi bosque, y esa tarde me senté con Dasaratha en su campamento cerca de mi casa, y con nosotros estaban Sumantra el auriga y la Reina Kaikeyi. El bosque estaba ruidoso. Los animales diurnos hablaban antes de dormir, los merodeadores nocturnos hablaban y despertaban, la luna llena brillaba sobre nosotros. Nos rodeaban chillidos y cantos, y aullidos de advertencia.

Tu padre conocía las lenguas de los animales. Depronto un ciervo bramó ruidosamente y otro le contestó, el primero llamó de nuevo y tu padre estalló en carcajadas. Kaikeyi sintió curiosidad y preguntó, "Majestad, ¿de qué te ríes?"

"No sería gracioso traducido", rió Dasaratha.

"Puedes decírmelo a mi", alegó Kaikeli. "Si me amas, ¿qué secretos puede haber entre nosotros?"

"Debe haber este, pues no puedes entender las lenguas animales".

Ella dijo, "Enséñame".

Pero Sumantra respondió, "El Rey no puede. Si revela aún media palabra morirá. Tal es el acuerdo, el precio que impuso su amigo Jatayu el Rey Buitre, que gobierna sobre el bosque Dandaka y que le enseñó esta lengua."

Kaikeyi se quedó quieta y no dijo más entonces. Poco tiempo después pidió otra vez ese conocimiento secreto y denuevo le fue rehusado. Y tras otro rato de paso mencionó sus dos deseos pero no persiguió más el tema, y yo hubiera dicho que todo quedó ahí cuando el Rey y la Reina se retiraron a dormir.

Nadie sabe lo que ella le dijo en la cama aquella noche, pero en la mañana Dasaratha salió de la tienda con un aspecto deplorable, pasó junto a mi con triste angustia diciéndose, "todo está perdido, todo está perdido..."

Decía eso una y otra vez. Ordenó que se construyera su propia pira funeraria. Tenía planes de revelar ese día la lengua animal a Kaikeyi, sentado en esa pira. De acuerdo con los términos de su contrato como estudiante de Jatayu, su corazón estallaría entonces, y debíamos quemar su cuerpo.

No sabía qué hacer. Yo aún no había muerto así que tenía poca sabiduría. Me rehusé a construir la pira, pero Sumantra la construyó de todas formas. Kaikeyi ansiosamente tomó su lugar cerca de la pila de madera y vi a Dasaratha salir de su tienda vestido en ropas blancas funerarias y caminar lentamente hacia ella.

Pero tenía que pasar junto a mi casa y en mi patio vivían algunas gallinas silvestres y un gallo rojo, verde y dorado, algunas ovejas y un carnero viejo y temperamental. Al pasar Dasaratha el carnero dijo al gallo, "¿cómo pueden llamar Rey del Mundo a ese lastimoso chapucero?" y el gallo respondió, "Pues, si yo siquiera pensara en mimar a mis gallinas como él a esa mujer ¡quebraría en un parpadeo, con o sin maldición del maestro!"

***

"Cuando tu padre oyó eso", dijo Guha, "regresó a su tienda moviendo la cabeza, mordiéndose la lengua y sonriendose. Se vistió bien y me contó lo que mis animales habían dicho. Se negó a Kaikeyi y se alegró. ¿Crees que habría cambiado por alguna razón ahora, aparte de su muerte próxima? Lakshmana, si vivimos bastante, es el Tiempo el que desgasta nuestros cuerpos. Los hombres viejos se cansan al final, sus corazones recuerdan más el pasado que el presente. La Muerte se acerca, y entonces sienten que deben descansar; están a punto de dormir tras un largo día. La Muerte se para tras el hombro del hombre, lo toca y no hay más voluntad de vivir, el hombre le da la bienvenida. No importa lo que haga, Lakshmana, sin culpa suya la vida de tu padre desfallece finalmente.

Lakshmana dijo, "Entonces el Rey pide a Rama hacer algo que lo matará".

"Eso creo. Es conciente de lo que hace pero no le importa".

"¿Por qué Rama lo permite?"

Guha dijo, "Después aprendí pájaro y animal también, y escuchándolos he aprendido que una vez el Oceano hablaba con sus amados ríos. Le describieron la tierra y lo que ahí crecía. Él había visto árboles grandes y fuertes, acarreados hasta él por las inundaciones. Pero nunca había vislumbrado una caña plegarse o una hoja de pasto. Ningún río había podido llevarle una planta así de dócil desde el principio del mundo."

Las jarras de vino de Guha estaban vacías, y los ojos de Lakshmana estaban tan claros y brillantes como los suyos. El reto había terminado en un empate. El cielo empezó a clarear. Se acercaba el amanecer, el glorioso Sol empezaba a quemar por lo bajo, tras los cerros del este, el día rayaba y nuestra bendita madre Noche partía.

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