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De noche viajo en pos de meteoros

Quise ver la lluvia de estrellas. Hay que salir de la ciudad. La contaminación de luz se extiende por muchos kilómetros. Bendita era de la información: encontré un mapa y lo estudié.

Al norte de la ciudad, al norte de Pachuca está el lugar más cercano que aparece en las bandas de más tenue contaminación lumínica.

Como 90 kilómetros, pero en miércoles sí está lejos.

Conseguí un automóvil prestado. Llamé a todas las personas con quienes me hubiera gustado compartir el viaje. Admito que era demasiado extraordinario, también me desconcertaba un poco a mi.

Viajé solo. Llené mi termo de café, galletas de avena puse en mi mochila, un par de armónicas, mi cámara. Traje mi banjo.

Es un instrumento tan picaresco. Una vez fui al barrio bajo de la ciudad. Me bajé en la tienda a comprar unas cosas y olvidé mi banjo en el asiento trasero del coche. Fue apenas un momentito, pero cuando regresé alguien había abierto la puerta y habían dejado otro banjo junto al mío. ¡Los muy pillos!

Mark Twain escribió que su sonido es tan alegre que llegada cierta edad cada niño debiera recibir uno por parte de la nación.

La tercera parte del viaje fue nomás atravesar la caseta. Muchísimos telecommuters mezclados con pesados cargueros. Luego un largo tramo de doble carril. Escuchaba el rock progresivo de Yes, que bandota, los amo. Hasta el nombre es genial, Yes, tan hippies. Que año debe haber sido 1969, he oido cada cosa. No sé por qué funciona tan bien escuchar música y manejar, es una sensación como de trance. Creo que por que es fácil encontrar algo que ver en el camino justo al tiempo de la música. Como en ese video que tanto me gusta, Star Guitar.

Varias veces me sentí perdido, pero ninguna me detuve ni regresé o corregí el rumbo. No conocía mi destino cuando salí, pero supe que había llegado con total certidumbre.

Me bajé del coche y caminé por una veredita enmedio del bosque, pronto se convirtió en una escalera que me llevó a la cima de Peña Cuervo.

Hay ahí un círculo hecho de piedra, con un barandal de metal, en el centro mismo de un magnífico paisaje. Altos cerros por el lado sur, la luna ascendía hacia el cenit desde el este. Hacía el noreste se distinguían cerros interconectados, algunas luces de pueblos por ahí regados.

Era la una.

Tiene años que perdí la cuenta de las estrellas fugaces que he visto, aunque la llevé minuciosamente mucho tiempo. Cada una me ha gustado tanto que he querido memorizarla pero he fracasado pues han sido demasiadas y en esto la vida ha superado mis expectativas al punto de hacerme creer que todo es posible. Como esa noche inolvidable en Montecillos que vi tantas y tan hermosas. Caían tres o cuatro al mismo tiempo, sus trazas se cruzaban entre sí y formaban patrones en el cielo. En Maruata vi cruzar el cielo al mismo tiempo una estrella fugaz y una luciérnaga: lo que es arriba es abajo.

Tendido en el piso, pulsé las cuerdas con la mirada perdida en el azul profundo de los cielos, hasta que me dolieron los dedos de frío y de cansancio. Canté con abandono versos que iba improvisando.

Vi estrellas, muchas estrellas. Algunas vi fugazmente cruzar el cielo, dejando una estela.

Un día voy a contemplar el amanecer desde ahí, será hermoso.

Quise quedarme más, pero manejé dos horas de regreso. La ciudad me esperaba con sus luces. Yo regresaba con las mías.

Me dormí cuando el sol iba saliendo y unas horas después fui a trabajar, bastante menos cansado de lo que podría suponerse. Esa misma noche me quedé hasta tarde tocando el blues con la banda, que bien nos la pasamos, y al día siguiente me desvelé leyendo. Ya descansaré cuando esté muerto.

2009-08-25

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